Thursday, July 30, 2009

Mónica Aros Ferrari, Santiago, Chile, desde el mim

1.- ¿Cómo se generó el interés por ver la transmisión del hombre en la Luna?

Primero, a través de los medios de comunicación.
Segundo, por el alto interés que generó mi padre en el hecho


2.- ¿Cómo este hecho lo (a) impactó en su vida cotidiana?

Desde aquel día, la Luna no fue la misma para mí. Se volvió algo muy particular, siento como si pudiera palpar las emociones, ya no sólo la veía sino que también la sentía.


Datos del entrevistado (a)

Nombre y apellido: Mónica Patricia Aros Ferrari
Edad: 58 años

Wednesday, July 29, 2009

El mim, Museo Interactivo Mirador, aporta memorias lunares

El Museo Interactivo Mirador de Santiago de Chile se ha unido a la iniciativa de Cientec y Red Pop y ya ha posteado sus primeras memorias lunares. Esta actividad junto a otras iniciativas se enmarcan dentro de la celebración del año Internacional de la Astronomía. Para más información visite www.mim.cl

Rodrigo Molina Klapp, Santiago, Chile, desde el mim

1. ¿Cómo se generó el interés por ver al transmisión del hombre en la Luna?
El interés era general porque era la noticia del momento, la noticia más importante que había en discusión, por lo tanto el interés era colectivo, todos teníamos interés por ver el hombre en la luna.
El hecho de poder ver algo que estaba sucediendo a millones de kilómetros de la tierra en el momento que se estaba produciendo, era algo sin procedentes, y para la edad que yo tenia de todas maneras presentaba un interés muy grande de ser testigo de una hazaña del hombre.
2. ¿Cómo este hecho lo impactó en su vida cotidiana?
El hecho en sí fue impactante, fue un acontecimiento único, inédito, era el acontecimiento más grande que había tenido el hombre, que había sido testigo, todos habíamos sido testigos. La televisión era un medio de comunicación incipiente en esa época, muy pocas personas, muy pocas familias tenían televisor, por lo general la gente se reunía a ver televisión, pero con mayor razón ante una noticia tan importante hubo una mayor concentración de gente. Y tuvimos la posibilidad de verlo en el momento que se estaba produciendo en directo.
Lo vi con toda la familia, todas las amistades, vecinos, todos vinieron a la casa a ver el alunizaje. Lo importante de ese momento fue que nos preparamos todos para verlo, más importante que eso no había nada, de hecho nunca nos olvidamos del hecho y nunca nos olvidamos de las personas que participaron, y fue una cosa que tuvo mucha información, mucho apoyo de información escrita, verbal a través de la radio, y además la posibilidad de verlo a través de imágenes por la televisión, ósea lo más importante en ese momento era haberlo visto, haber sido testigos de eso.
Nombre: Rodrigo Molina Klapp
Edad: 54 años
Email: mekanicaklapp@yahoo.es
Mecánico

Sergio Rojas Contreras, Santiago, Chile, desde el mim

1.- ¿Cómo se generó el interés por ver la transmisión del hombre en la Luna?
Yo tenía en ese momento 9 años. Recuerdo que existía gran expectación entre los adultos que me rodeaban (mis padres, tíos, profesores). Creo que si hoy una nave tripulada fuese a posarse sobre Marte, un niño tendría muchísima más información sobre ese planeta del que en esa época tenía cualquier persona acerca de la Luna. Entonces lo que recuerdo es más bien la sensación de que algo inédito y excepcional iba a ocurrir, y hasta tenía la expectativa de que allá los estuviese esperando alguien... o algo. Los astronautas con esos trajes (que me parecían mucho más incómodos que los que habitualmente veíamos en seriales o revistas de ciencia ficción), rebotando sobre esa superficie desierta, no eran para mí sino la espera de un encuentro que nunca ocurrió.
2.- ¿Cómo este hecho lo impactó en su vida cotidiana?
En esos días todo, absolutamente todo, giraba en torno a este hecho. Charlas en el colegio, documentales sobre la luna, sobre la historia de los satélites, sobre la conquista del espacio partiendo con la historia de Ícaro y Dédalo. Recuerdo las naves espaciales de juguete que reproducían las originales, y un nuevo “personaje” que nunca había existido hasta ese momento: el “módulo lunar”. Y los apellidos de aquellos astronautas nunca se me olvidaron: Armstrong, Aldrin y Collins. A los nueve años me preguntaba qué habrá sentido Collins al no poder bajar a la Luna, en cambio no tenía mayor noticia de la importancia de la carrera espacial para la “Guerra Fría”.
Sergio Rojas Contreras
Filósofo
Edad: 49 años
Mail: sergiorojas_s21@yahoo.com.ar

Eumelia Velozo Farías, Santiago, Chile, desde el mim

¿Como se generó el interés por ver la transmisión de la llegada del hombre a la luna?

Como periodista y profesora era fundamental para mi ser testigo presencial de la historia en vivo y directo ya que esto era un hecho inédito para la humanidad, recuerdo que nos prestaron el único televisor que había en la escuela de periodismo de la Universidad de Concepción y lo pusimos en el hall central de la escuela, para que todos los alumnos y profesores pudieran ver el momento de la llegada a la luna.

¿Como este hecho le impactó en la vida cotidiana?

Se incorporaron una serie de tecnologías que hasta el día de hoy usamos, además de que por primera vez se materializaron a la realidad todas las historias que hasta ese momento pertenecían a la ciencia ficción y se generó en mí la pregunta inmediata; ¿Si llegamos a la luna, adonde seremos capaces de llegar?

Eumelia Velozo Farías
litavelozo@hotmail.com

Tuesday, July 28, 2009

México se une a la recolección de memorias

El Museo Universum de la Universidad Autónoma de México en el Distrito Federal está participando en el programa de Memorias Lunares desde su centro de ciencia, con diversas actividades.
Más información en:
http://www.universum.unam.mx/temp_40luna_main.html

Monday, July 20, 2009

Cuarenta años después… Juan Ramón Murillo, Costa Rica

El 16 de julio de 1969, un par de horas antes de que el cohete Saturno despegara de Cabo Cañaveral con rumbo a la Luna, había muerto mi madre. Entre las conversaciones de quienes nos encontrábamos alrededor del ataúd, compungidos, surgió la voz clara de mi cuñado Asdrúbal Fuentes, y todos, en tan aciago ambiente, escuchamos su sentencia: “¡Tanta vaina para llegar a la Luna ─dijo─, con cohetes y cápsulas espaciales! ¡En cambio, doña América llegó al Cielo en un solo instante!
Cuatro días después, sentados enfrente de un televisor de una marca hoy desaparecida, control de perillas y pantalla de trece pulgadas en blanco y negro, vimos el espectáculo. Expectantes, nos habíamos preparado para observar en directo un hito científico: el ser humano alunizaría.
Mi hijo mayor, Giorgio, rondaba los cinco y medio años, y mostró ante el evento una actitud reflexiva e imperturbable, que sin duda anunciaba su pragmatismo futuro, en su adultez, ante los avatares de la vida. Manuel, dos años menor, estuvo todo el rato alerta, sin perder detalle, y se mostró entusiasta e impresionado de algo jamás visto antes por nadie. Se aprendió de inmediato los torpes pasos de Neil Armstrong mientras caminaba sobre la pálida superficie lunar. Le encantaba imitar al astronauta en sus torpes brincos, desde luego obligado por la ausencia de la fuerza de gravedad, y siguió arremedando aquellos primeros pasos espaciales durante muchas semanas más. Irene, de escasos dos años, no se interesó del alunizaje, y se fue a su dormitorio a jugar con su muñeca preferida.
En esos instantes trascendentales para la humanidad, reflexioné: ¡cuántos mitos se estaban destruyendo! Pensaba que la Luna no sería más la de antes, un objeto romántico, la del claro de luna beethoveniano, la que tantas veces mencionó Lorca en sus poesías. Su misteriosa lejanía, su color plateado, sus tenues rayos, su contextura que yo creía de queso debido a las mentiras piadosas de mi madre… ¡todo había desaparecido! Pero hace cuarenta años estaba muy equivocado. La Luna hoy sigue imperturbable recorriendo su órbita alrededor de la Tierra, y continúa encerrando sueños y quimeras, y arrulla ideales e inspira a los poetas de siempre. Y nada me cuesta seguir creyendo que su masa agujereada está hecha de queso, como me lo enseñó mi madre siendo apenas un niño.
Memoria enviada por su hijo, Manuel.

Sunday, July 19, 2009

Rosa Lobo Gonzalez y Susan, de Costa Rica

Recuerdo lo de la llegada a la luna. Nací el 21 de octubre del 58. Tenía 10 años.
En unas bombas de gasolina, creo que en las Shell, por la compra de gasolina regalaban una pequeña nave espacial, parecida al Apolo, y un cuñado mío que trabajaba en ese lugar me consiguió una. La colgue con un hilo arriba de mi cama y pasaba horas de horas mirándola.
Ver en la televisión la llegada a la luna fue increíble para mi.
Y pasó algo muy triste... Una compañera de la escuela vino hacer una tarea conmigo y me la rompió. Recuerdo la llorada que me pegué, más que pedí a mi cuñado que me consiguiera otra y ya no habían más. Fue muy doloroso para mi.
Se lo conté a mi hija Susan.

Friday, July 17, 2009

Aída Luz Murillo Montoya, Costa Rica

Tomando el café de media tarde con mi hijo Alberto, le contaba que hay dos hechos científicos que guardo en mi memoria como tesoros de gran valor: el ser testigo del primer alunizaje del hombre en ese satélite natural de nuestro planeta que tanto ha inspirado a músicos y poetas y el eclipse total de sol del año 1991.
En 1969 contaba yo con doce años y cursaba mi sexto grado en la Escuela Julia Lang, Edificio Metálico. La lectura era mi principal afición por lo que leía todo cuanto cayera en mis manos, desde las revistas Life y National Geographic hasta los periódicos más viejos y amarillos que encontraba en la pequeña biblioteca familiar por lo que estaba muy al tanto de la carrera espacial, además mi prima Hercilia se había casado con un ingeniero norteamericano que trabajaba en Cabo Cañaveral (en ese entonces) y cada vez que ella venía a Costa Rica era porque a su marido lo concentraban junto con los demás físicos e ingenieros de la NASA cuando había una misión espacial. Mi maestra, la Niña Virginia Chacón Araya, nos había pedido que guardáramos todos los recortes que salían en los periódicos relativos a la misión tripulada a la luna. Me sabía de memoria la vida de los astronautas que iban a participar en aquella odisea. Neil Armstrong, Edwin
Aldrin y Michael Collins pasaron a ser parte de nuestra cotidianidad y de nuestros sueños de algún día visitarlos o que nos visitaran y estrechar sus manos y decirles cuánto los admirábamos. Yo tenía un cartapacio en donde guardaba todas las noticias que salían en La Nación, mismo que conservé por muchos años hasta que el tiempo se encargó de destruirlo. Recuerdo que la Embajada Americana organizó un concurso en el que participé y que consistía en adivinar cuáles podrán ser las primeras palabras que Armstrong pronunciaría al bajar la escalinata del módulo lunar posado en la luna. No acerté pero recibí a vuelta de correo un lindo sobre membreteado y en relieve con la efigie de los astronautas, el modulo y el paisaje lunar. También recuerdo que hubo una emisión de sellos postales alusivos al acontecimiento y que Paco Navarrete compuso una pieza que llamó El Mar de la Tranquilidad, sitio en donde ocurrió el alunizaje.
El propio día del alunizaje recuerdo que nos reunimos en la sala de la casa mis papas, hermanos y sobrinos pequeñitos. Mi mamá estaba nerviosa y yo ni que decir; me daba miedo que saliera un monstruo como los que veíamos en Perdidos en el Espacio. Mamá decía que si su mamá estuviera viva seguro se moriría del susto, Lo cierto es que no se oía un alma en mi barrio Buena Vista en San Francisco de Guadalupe, era de noche y suavemente vimos como Neil Armstrong empezó a bajar las escalinatas del modulo lunar y decir que aquello era “un pequeño salto para el hombre pero un gran salto para la humanidad.” El se movía con dificultad, más bien saltaba y uno deseaba estar ahí en esa gravedad 0. La cámara mostraba las huellas de Armstrong en el suelo lunar y se oían las conversaciones entre los astronautas y los técnicos en Houston. Armstrong fue el héroe ese día pero muchos que no vimos hicieron eso posible también. Hoy a mis 52 años he escuchado a algunos poner en duda lo que ocurrió aquel día o aquella noche pero lo que yo puedo decir es que nadie me lo tiene que contar porque yo ví con mis propios ojos la transmisión televisiva y nunca jamás la olvidaré.