Tomando el café de media tarde con mi hijo Alberto, le contaba que hay dos hechos científicos que guardo en mi memoria como tesoros de gran valor: el ser testigo del primer alunizaje del hombre en ese satélite natural de nuestro planeta que tanto ha inspirado a músicos y poetas y el eclipse total de sol del año 1991.
En 1969 contaba yo con doce años y cursaba mi sexto grado en la Escuela Julia Lang, Edificio Metálico. La lectura era mi principal afición por lo que leía todo cuanto cayera en mis manos, desde las revistas Life y National Geographic hasta los periódicos más viejos y amarillos que encontraba en la pequeña biblioteca familiar por lo que estaba muy al tanto de la carrera espacial, además mi prima Hercilia se había casado con un ingeniero norteamericano que trabajaba en Cabo Cañaveral (en ese entonces) y cada vez que ella venía a Costa Rica era porque a su marido lo concentraban junto con los demás físicos e ingenieros de la NASA cuando había una misión espacial. Mi maestra, la Niña Virginia Chacón Araya, nos había pedido que guardáramos todos los recortes que salían en los periódicos relativos a la misión tripulada a la luna. Me sabía de memoria la vida de los astronautas que iban a participar en aquella odisea. Neil Armstrong, Edwin
Aldrin y Michael Collins pasaron a ser parte de nuestra cotidianidad y de nuestros sueños de algún día visitarlos o que nos visitaran y estrechar sus manos y decirles cuánto los admirábamos. Yo tenía un cartapacio en donde guardaba todas las noticias que salían en La Nación, mismo que conservé por muchos años hasta que el tiempo se encargó de destruirlo. Recuerdo que la Embajada Americana organizó un concurso en el que participé y que consistía en adivinar cuáles podrán ser las primeras palabras que Armstrong pronunciaría al bajar la escalinata del módulo lunar posado en la luna. No acerté pero recibí a vuelta de correo un lindo sobre membreteado y en relieve con la efigie de los astronautas, el modulo y el paisaje lunar. También recuerdo que hubo una emisión de sellos postales alusivos al acontecimiento y que Paco Navarrete compuso una pieza que llamó El Mar de la Tranquilidad, sitio en donde ocurrió el alunizaje.
El propio día del alunizaje recuerdo que nos reunimos en la sala de la casa mis papas, hermanos y sobrinos pequeñitos. Mi mamá estaba nerviosa y yo ni que decir; me daba miedo que saliera un monstruo como los que veíamos en Perdidos en el Espacio. Mamá decía que si su mamá estuviera viva seguro se moriría del susto, Lo cierto es que no se oía un alma en mi barrio Buena Vista en San Francisco de Guadalupe, era de noche y suavemente vimos como Neil Armstrong empezó a bajar las escalinatas del modulo lunar y decir que aquello era “un pequeño salto para el hombre pero un gran salto para la humanidad.” El se movía con dificultad, más bien saltaba y uno deseaba estar ahí en esa gravedad 0. La cámara mostraba las huellas de Armstrong en el suelo lunar y se oían las conversaciones entre los astronautas y los técnicos en Houston. Armstrong fue el héroe ese día pero muchos que no vimos hicieron eso posible también. Hoy a mis 52 años he escuchado a algunos poner en duda lo que ocurrió aquel día o aquella noche pero lo que yo puedo decir es que nadie me lo tiene que contar porque yo ví con mis propios ojos la transmisión televisiva y nunca jamás la olvidaré.
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